Desde que era apenas una niña, Carmen Alicia Torres admiraba y disfrutaba toda la magia que se desarrolla en los certámenes de belleza: la elegancia y preparación de las candidatas, su porte y dominio sobre la pasarela, la hermosura de sus ajuares y arreglos personales y, sobre todo, las cualidades que poseía cada una para ser una reina digna de representar a su país ante el mundo.